Edgar Chumacero: valor de ser olímpico.

*Hace 20 años, el poblano se convirtió en el primer hombre de México, en más de 30 años, en clasificar a los Juegos Olímpicos; un logro a contracorriente que costó más derrotas que victorias.

Katya López Cedillo

Puebla, Pue.- Hay logros que no brillan en un podio. El tocar la pista olímpica fue en sí una victoria para Edgar Chumacero, el poblano que apostó todo por cumplir el sueño de clasificar a unos Juegos Olímpicos y este año celebra dos décadas de haber representado a México, en los Juegos de Atenas 2004.

Aunque sus inicios con este deporte de combate no fueron “amor a primera vista”. Su mamá lo practicaba y llevaba a Edgar a sus entrenamientos.

“No era que me llamara la atención, mi mamá lo practicaba, pero como no tenía dónde dejarme, me llevaba a que la acompañara a entrenar y a los 6 años empecé pero solo había adultos y me aburría”, recordó el ex deportista.

Se quedó en este deporte hasta los 10 años de edad, pues en casa había tres requisitos: practicar un deporte, aprender a tocar un instrumento musical y cumplir con la escuela.

Aunque tenía facultades, dejó atrás las armas, el chaleco y la careta y comenzó en otros deportes, entre ellos taekwondo, donde llegó a cinta negra, pero en una etapa de rebeldía infantil -que lo llevó a ser expulsado de dos escuelas-, sus padres lo llevaron de nuevo a la esgrima.

El talento que yacía dormido, regresó en cada día de entrenamiento, hasta ser seleccionado nacional. Salió de su natal Puebla a vivir en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano en la Ciudad de México, donde a diario convivía con figuras como el taekwondoín Víctor Estrada, la ciclista Nancy Contreras, el velocista Alejandro Cárdenas.

Su vida giraba en torno al deporte, hasta que un día, antes de salir a un Campeonato Panamericano Juvenil, sucedió lo impensable. Su padre pasaría por él para estar en Puebla y despedirse de la familia, antes de emprender el viaje a competencias, pero no llegó y aunque extraño, tuvo paciencia ante la eventualidad.

“Fue un miércoles yo estaba en el Comité Olímpico Mexicano y mi papá pasaría por mí, el jueves para ir a Puebla y regresar el viernes para viajar al Campeonato Panamericano Juvenil de 1995, en Puerto Rico. Mi papá no llegó, llamé a la casa, porque entonces no había teléfonos celulares, pero nadie me contestó. Cuando llega el entrenador me dice que mi papá tuvo un problema y que yo tenía que ir y al llegar me dijeron que mi papá había fallecido”, recuerda Edgar.

Su padre murió tras resistirse a un asalto y de un día a otro, Edgar pasó de hijo único a ser “el hombre de la casa”. Los problemas financieros hicieron que dejara el deporte y por cerca de año y medio comenzara a trabajar para aportar al hogar

“Poco a poco vas creciendo y comprendiendo con las cosas que vas viviendo te vas desarrollado y viendo con el tiempo que vas entendiendo. Terminé yendo a hablar con él a una tumba para tratar de pedir perdón por juzgar lo que no debías juzgar y no entender lo que no podía entender. No tenerlo en la época más difícil de mi vida fue muy duro y no me descarrilé gracias al deporte, pero soñaría con tenerlo ahora aquí”.

El deporte lo arropó hasta que en 1998 representó a México en el primer evento del ciclo olímpico: los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Maracaibo, Venezuela 1998 y ganó medalla de plata en la prueba individual.

Un octubre del año 2000, al ver las competencias de los Juegos Olímpicos de Sidney, Australia, en la tele aparecía una de sus compañeras: Soraya Jiménez, al ganar la medalla de oro en el levantamiento de pesas y entonces pensó: “si Soraya pudo, yo también puedo”.

Con una decisión inamovible, Edgar habló con su mamá y con su entrenador, Jorge Rascón: la meta de los siguientes cuatro años de su vida sería trabajar en busca de clasificar a los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.

Edgar era beneficiario del ya inexistente fideicomiso Compromiso Integral de México con sus Atletas (CIMA) y con una beca que tenía de CONALEP, más los gastos en traslados a competencias e inscripciones, Edgar pudo costearse su estancia en Bonn, Alemania para entrenar allá y competir en los circuitos europeos, además de eventos del ciclo olímpico: ganó bronce individual en los Juegos Centrocaribeños de San Salvador 2002 y compitió en los Panamericanos de Santo Domingo 2023.

Así, en marzo del 2004, estaba en el borde de la clasificación olímpica, pues el último sitio para acceder a los Juegos se debatía entre él y un floretista estadounidense; pero al final, ¡Chumacera estaría en la sede original de los Juegos: Atenas, Grecia!

“Me costó mucho trabajo. Pasé tres ciclos olímpicos en busca de ir y por fin, en abril del 2004 estar clasificado y logré llegar al sitio 23 del ranking mundial, que es hasta ahora lo más alto que ha llegado un esgrimista mexicano”, explica Chumacero, que entonces rompió una racha de 32 años sin ver a un hombre mexicano en el torneo de esgrima de la justa.

“Fue un sueño. Desde saber que había clasificado es de las experiencias inolvidables de mi vida. Luego desfilar con la Delegación Olímpica de México… todavía se me enchina la piel cuando veo el pebetero olímpco y al entrar a competir: desde que te seleccionan te dan tu espacio, tiempo de calentamiento y ante 10 mil personas viendo los combates, fue algo asombroso”, expresa Chumacero, que lleva en el brazo derecho tatuados los aros olímpicos.

“Cuando te pones la máscara, el chaleco y entras al combate, desde allí sientes la satisfacción de ver los resultados del esfuerzo y del trabajo, porque fueron mas las veces que perdiste, que lloraste y te caíste, que las que lograste ganar”, expresa el ex esgrimista, quien hoy se enfoca en el fisicoculturismo.

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